Querido, viejo Azorín, olvidado maestro, ya las palabras no sirven, son palabras, no salvan al hombre en las horas oscuras, y tampoco explican, son palabras. Dijo de ti Mario Vargas Llosa, cuando ya nadie se acordaba de tus miniaturas, de aquella forma de describir el frío y el calor de una sombra en el páramo de Castilla, dijo de ti, en medio de académicos y flores: "Todo en su literatura parece forjado con la intención de conservar la vida y el mundo tal y como son, de suspender el tiempo y evitar la muerte". Así es la vida: una lucha por evitar las espadas en las horas oscuras, y esto lo dejó dicho Neruda, que luego vio, sobre su propia cabeza, mientras avanzaba, ya moribundo, por las arenas de Isla Negra, cómo el hombre usa el ruido del fascismo, el hacha y la pistola para arrebatar la vida cambiando el mundo, haciéndolo ciego para siempre.
Tú sabías, viejo Azorín, escribiendo con juncos a la vera de un río, amparándote con un paraguas del frío que hubo en España todos aquellos veranos, que la felicidad que buscaste era atrozmente imposible; el mundo, en tu tiempo y antes, era una sucesión de leones locos por matar la vida ajena. Enfrente del deseo de vivir está el feroz diente negro del que mata, del que manda matar. Ahora lo hemos visto otra vez, y ya van mil, en la España del sobresalto y la quimera, en este lugar en el que el ruido del fascismo regresa siempre, con pieles diferentes. De Hitler, a quien tú viste desde el horizonte, se dijo que no era un hombre, sino el ruido que provocaba. No son hombres, sino el ruido que provocan, pero dejan destrucción y muerte, y ahora lo han hecho otra vez. He visto el mapa, siempre se ve el mapa y siempre es próximo el lugar, y, lo que es la vida, y lo que es la muerte, esta vez lo han hecho en Santa Pola, lugar tan blanco, y en tu calle, en la calle Azorín de Santa Pola. Y esto leí que decía Otegi cuando lo supo: "La muerte de cualquier niño o niña nos plantea una interrogante profunda en el terreno de la política y de la ética". Eso leí, e imaginé que hubiera sido más conciso si te hubiera leído, o si hubiera sentido en el centro del alma el dolor que sufren los que hay detrás de los interrogantes, Azorín, viejo maestro, sangre en tu calle.
Tú sabías, viejo Azorín, escribiendo con juncos a la vera de un río, amparándote con un paraguas del frío que hubo en España todos aquellos veranos, que la felicidad que buscaste era atrozmente imposible; el mundo, en tu tiempo y antes, era una sucesión de leones locos por matar la vida ajena. Enfrente del deseo de vivir está el feroz diente negro del que mata, del que manda matar. Ahora lo hemos visto otra vez, y ya van mil, en la España del sobresalto y la quimera, en este lugar en el que el ruido del fascismo regresa siempre, con pieles diferentes. De Hitler, a quien tú viste desde el horizonte, se dijo que no era un hombre, sino el ruido que provocaba. No son hombres, sino el ruido que provocan, pero dejan destrucción y muerte, y ahora lo han hecho otra vez. He visto el mapa, siempre se ve el mapa y siempre es próximo el lugar, y, lo que es la vida, y lo que es la muerte, esta vez lo han hecho en Santa Pola, lugar tan blanco, y en tu calle, en la calle Azorín de Santa Pola. Y esto leí que decía Otegi cuando lo supo: "La muerte de cualquier niño o niña nos plantea una interrogante profunda en el terreno de la política y de la ética". Eso leí, e imaginé que hubiera sido más conciso si te hubiera leído, o si hubiera sentido en el centro del alma el dolor que sufren los que hay detrás de los interrogantes, Azorín, viejo maestro, sangre en tu calle.
Juan Cruz, El País, 8-8-02
1 comentario:
azorín no será jamás olvidado. Es uno de los escritores más traducidos de su generación y, lo mejor, es que ahora es cuando más se le traduce, por ejemplo al serbio.
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