martes, abril 16

Azorín: primera crónica telegráfica de España y humillación periodística en París

Azorín, corresponsal de ABC en la I Guerra Mundial, envió la primera crónica telegráfica a un periódico español cuando cubría el viaje de Alfonso XIII en París. De aquel regio viaje, Azorín escribió y transmitió hasta 11 crónicas, pegadas a la realidad y alejadas de toda pompa adulatoria. Y, quizás, este fue el desencadenante para que el Gobierno francés condecorara a todos los periodistas menos a Azorín y su compañero, Álvaro Calzado.

"En mayo de 1905, con motivo del primer viaje del rey a París y Londres, ABC, que entonces comenzaba a publicarse, nos envió de cronistas a Álvaro Calzado y a mí. ABC hizo entonces un espléndido alarde de información. Recuerdo que un solo telegrama, en que a la una de la madrugada transmitía yo una crónica mía, hablando de la función en la Comédie française, costó 800 francos. Pues bien, toda la muchedumbre de cronistas, informadores, reporteros, fotógrafos, que hicieron el viaje a París fueron condecorados por el Gobierno francés. Todos, no; hubo dos excepciones: Álvaro Calzado y yo; Calzado y yo, que precisamente nos habíamos distinguido en la tarea de informadores entusiastas y minuciosos; Calzado y yo, a quienes no se consideraba a la altura de los demás estimados compañeros, fotógrafos, informadores, etc... Esto es lo que yo debo a la Francia oficial. Justo es añadir que a la Francia intelectual, literaria, le debo mucho".

¿Pero qué fue lo que ocurrió para que Francia condecorara a todos periodistas, a excepción de Azorín y su compañero de ABC?

Pues resulta que en el viaje de Alfonso XIII en París, con el propósito de buscar esposa, sufrió un atentado. Fue el 31 de mayo, a su regreso de la función en la Gran Ópera. Tras la explosión, se dio noticia en todo el mundo con "proporciones desmesuradas".

En cambio, Azorín, con una "objetividad fotográfica", como señaló el profesor Valverde, escribió:

"Yo he ido al sitio donde cayó la bomba, hoy, jueves, a las doce. Un compacto grupo se renovaba incesantemente en el centro de la calle. Llegaban damas en automóviles eléctricos y en landós blasonados, que miraban un momento la leve huella y volvían a partir. Y esta huella es sencillamente un pequeño hoyo abierto en el pavimento de madera y cubierto de arena fresca. Los curiosos meten en él sus bastones, pretendiendo sondarlo. No se podría plantar en él una diminuta planta de claveles. Es muy probable que, a caer debajo del coche regio, no hubiera hecho más que causar daños en éste sin llegar a la persona del monarca. Y eso es todo".

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